Add caption |
Carta del General Severo Toranzo al General Uriburu, Montevideo 20 de febrero de 1932.
Al general
retirado José F. Uriburu, Buenos Aires.
Le dirijo
estas líneas asumiendo también y por derecho de antigüedad la representación de
los militares de toda jerarquía a quienes usted y sus esbirros han ofendido
infamemente, apoyados en la fuerza brutal que ha tenido en sus manos, para
deshonra de la civilización desde el día del malón del 6 de septiembre hasta la
fecha.
Solamente en
un alma vil y cobarde podían anidar los salvajes instintos que usted ha
revelado, ensañándose con sus propios camaradas del ejército al punto de
hacerlos azotar y torturar, de uniforme, por verdugos civiles y policíacos que
han emulado a los más sombríos y repugnantes personajes de la historia.
Cuando
pienso que una hiena como usted se ha disfrazado durante 47 años con el
uniforme de los defensores de la Constitución, prometiendo, engañando,
adulando, mintiendo y corrompiendo conciencias de oficiales de todos los
grados, no encuentro monstruo con quien compararlo en los anales de nuestra
vida democrática.
Esa es su
obra, que tendrán que recordar con horror las futuras generaciones argentinas.
Ha habido un Caín capaz de atentar contra la vida, contra el honor y contra la
dignidad de sus compañeros de armas, dividiendo la familia militar en dos
bandos irreconciliables y sembrando odios tan profundos que quién sabe cómo y
cuándo podrán ser amortiguados.
Hasta el 6
de septiembre de 1930 teníamos un ejército que era el ídolo de los argentinos.
Nadie, entre los peores gobernantes, había osado emplearlo como instrumento de
opresión en contra del pueblo. El ejército se dedicaba tranquilamente a
prepararse para la defensa de la soberanía nacional. Vd. y sus secuaces atentaron
contra su disciplina, corrompiéndolo con dádivas y prebendas y utilizándolo
para la consecución de sus inconfesables fines. Hoy el ejército argentino es
execrado por el verdadero pueblo.
Las
persecuciones de que Vd. y sus cómplices hicieron víctimas a todos aquellos
jefes y oficiales sospechados del crimen de no pensar como Vd., forman por sí
solas un vergonzoso capítulo de los cargos que algún día —así lo espero— podrán
formularse ante las autoridades de un régimen de libertad. Las historiaré
brevemente, en lo que me concierne de un modo personal.
El día 9 de
septiembre de 1930 ordenaba Vd. la prisión e incomunicación absoluta, en el
arsenal Esteban de Luca, del suscripto, de los generales Baldrich y Mosconi y
de más de cincuenta jefes de menor jerarquía, cuyo único delito consistía en no
haberse presentado ante Vd. o su pseudo-ministro de guerra para hacer acto de
pleitesía ante el cacicazgo que se entronizaba.
Dos días se
nos mantuvo en esta humillante situación. ¿Qué nos restaba por hacer, a los que
no habíamos perdido la dignidad de argentinos participando en el motín, sino
retirarnos inmediatamente de las filas de un ejército que ya no tenía leyes?
Así procedí, junto con otros, para salvar mi honor de soldado y no tener que
prestar acatamiento a un gobierno de asaltantes, que llegaba al poder público
con la vincha de Calfucurá.
Desde que se
nos puso en libertad entró en acción su siniestra policía, para no abandonarnos
ni siquiera más allá de los confines patrios. El miedo del "presidente
provisional" y de sus ministros, comenzando por Sánchez Sorondo, de
ingrata recordación, veía conspiraciones y "complots" en toda
reunión, en toda conversación y en las más inocentes manifestaciones de la vida
diaria.
Había que
encontrar pretextos para deshacerse de todos aquellos ciudadanos de algún
valer que anhelaban la libertad de la patria y de quienes se sabía que estaban
dispuestos a sacrificarle sus vidas en cualquier momento.
Dirigida por
encausados de la justicia, la policía de investigaciones intentó calmar el
miedo permanente en que Vd. vivía, "descubriendo" un movimiento
revolucionario encabezado por mí. Con tal propósito en vista, y afirmando
capciosamente que se pensaba aprovechar los días de Carnaval de 1931 para el
estallido, fueron encarcelados numerosos oficiales y civiles y se trató de
capturarme, a mí, sobre quien pesaba una orden de prisión y de muerte dada por
Vd.
Fracasó el
intento en lo que a mí se refería, pero se encontró justificado detener a mi
hijo, el teniente Toranzo Montero, que se encontraba sirviendo en un regimiento
a más de mil kilómetros de la Capital. Las torturas morales y físicas que le
aplicó su gobierno por intermedio de los criminales Alberto Viñas,
Bautista, Molina, comisario Galatto y otros "valientes" de la misma
calaña son dignas de figurar únicamente en el proceso de un
Torquemada. Estos sujetos llegaron hasta comunicarle mi fusilamiento y amenazarle
con la reclusión de su madre y hermanas en el buen Pastor.
Usted hizo
publicar en el pasquín "Ultima Hora", con mi retrato, la calumniosa
especie de que yo había jurado fidelidad a su gobierno. A usted le constaba que
tal cosa era mentira. Pero de un cobarde como usted sólo es dable esperar
calumnias y difamaciones.
Si en mi
país hubiesen existido leyes, me hubiera presentado tranquilamente, ante mis
jueces naturales, para sincerarme, en la seguridad de que no había cometido
delito alguno.
Era ya
entonces un general retirado, por propia voluntad, y en ningún momento me
acerqué a un establecimiento militar. Es cierto que mantenía y mantengo estrecha
relación con la mayoría de las víctimas de su miedo, pero es falso que yo
intentase producir una "alteración de orden público", como
despectivamente usted y su policía inventaron. Muy diferente era mi actividad:
aspiraba tan sólo a defender la patria contra la horda de delincuentes que la
esclavizaba después de haber abolido la Constitución. Tratabase de orientar
indispensables acciones libertarias, de sedimentar conciencias democráticas y
engendrar sagradas rebeldías, cosas todas éstas que su torpe mentalidad no
alcanzará a comprender, pero que debían servir —y servirán tarde o temprano—
para consolidar la conciencia de libertad que deben tener todos y cada uno de
los argentinos, amantes de su patria.
Por este
crimen —por el crimen de aspirar a que el país se repusiese del malón de
septiembre, reintegrándose al imperio de sus instituciones— usted me emplazó
como a un delincuente y me hizo destituir por intermedio de sus amanuenses
Medina y Sánchez Sorondo.
Poco valor
atribuyo a tal desmán. He sido consagrado tres veces oficial superior por un
Senado de legítimo origen constitucional. Soy, pues, general de la Constitución
y ningún innoble mandón como usted puede arrebatarme la alta jerarquía militar
que invisto, como premio a cuarenta años de ininterrumpidos y leales servicios,
orientados siempre a la consolidación de la disciplina, al perfeccionamiento
de la instrucción y a la generación de los más nobles sentimientos patrióticos
en los militares de todos los grados. Las tropas que tuve el honor de comandar
fueron siempre baluarte de disciplina en el ejército. Baluarte indispensable
para contrarrestar la obra disolvente en que usted siempre estuvo empeñado con
su secta; con esa secta de traidores a la patria que le ha acompañado en el
gobierno.
La carrera
militar de usted —navegante en todas las armas desde su egreso del Colegio
Militar: infantería, artillería, ingenieros y caballería— constituye el más
acabado ejemplo del favoritismo, sin cuyo concurso no habría usted llegado
nunca ni a capitán. Pero, sobrino de un presidente, y beneficiario por matrimonio
de las ganancias del puerto Madero, le fue fácil conseguir, mediante halagos y
convites sociales, lo que nunca hubiera podido obtener por sus virtudes y
capacidades profesionales.
Posteriormente,
cuando perdió la fortuna del matrimonio, usted se dedicó a la usura y a la
coima. Ejemplos típicos de la suciedad de sus "negocios", que me
exime de detallarlos, es su íntima vinculación con el Banco de Finanzas y
Mandatos y su participación en el peculado de la yerba mate.
Llegó el 6
de septiembre, día de luto para la democracia argentina. Al amparo de un
régimen de fuerza al que la historia aplica desde ya los más infamantes
calificativos, usted y sus aprovechados colaboradores dedicáronse a saquear la
Caja de Conversión, nuestro sagrado tesoro, exponente de la riqueza nacional y
de un gran poderío económico; ya casi no existe. Y hoy en día no tenemos dinero
ni para pagar a la administración pública. ¿Cómo hemos de tenerlo, después de
haber usted derrochado millones y millones en mantener parasitarias
"legiones” cívicas verdaderos ejércitos de voraces espías de ambos sexos?
Ahí está el fruto más visible de la "revolución" y de su trágico
desgobierno.
Vd. y su
pandilla, de reaccionarios sin moral ni conciencia, hicieron recaer todo el
peso de sus odios brutales sobre el pueblo libre y trabajador, cuyo
martirologio en la persona de sus jefes y dirigentes más destacados, no tiene
paralelo en la historia de nuestras luchas sociales. Al acentuar hasta el paroxismo,
con esa inhumana política, la división de los argentinos en explotados y
explotadores, en siervos y señores, Vd. y sus esbirros se han hecho
responsables de las desgracias en que sumirán al país los violentos conflictos
que han venido incubándose y que fatalmente estallarán cuando las garras del
despotismo dejen de apretar la garganta del pueblo, o antes si la opresión
continúa.
Tampoco
respetó Vd. a los obreros de la inteligencia, a esa brillante juventud
universitaria, cuyo crimen consiste en querer una patria remozada, adicta, a
los postulados de la justicia social. Más de uno pagó con su vida, en pleno
centro de Buenos Aires, la, osadía de protestar públicamente contra el oprobio
que por culpa de Vd. y de sus secuaces motineros padece la República.
La
desocupación, la miseria y el hambre se ciernen hoy sobre el pueblo argentino.
Ningún gobierno del pasado, por objetable y nefasto que con justicia haya
podido considerársele, arrastró jamás al país a un caos económico semejante al
que hoy lo destroza.
Simulando
patriotismo, Vd. es, en realidad, un agente venal de turbios intereses
extranjeros. Los recargos de impuestos al pueblo por simples decretos —úkases—
como el vergonzoso de la nafta, pomposamente fundado en la necesidad de
construir caminos, pero en realidad obedeciendo a presiones de la Standard Oil
—a la cual, por otra parte, se le han revalidado todas las prebendas acordadas
por los gobiernos de Salta, anteriores y posteriores al del Dr. Adolfo Güemes,
y en el orden nacional en la zona de Comodoro Rivadavia y Plaza Huincul—
constituyen un índice significativo de la influencia de que han gozado, en el
"gobierno provisional" y sus pretorias de provincias, las grandes
empresas extranjeras.
Nuevamente,
pues, y ahora por obra de usted y con caracteres de inusitada gravedad, queda
amenazada la integridad soberana de la república en su patrimonio económico.
Este es otro de sus grandes títulos para la posteridad.
El crudo
nepotismo que hoy domina en la nación y en las provincias, en cuyos gobiernos
ha entronizado usted la propia parentela y la de sus cómplices hasta el décimo
grado, constituye otro ejemplo del "altruismo" de sus procederes, así
como de la magnitud de los "sacrificios" que usted y su secta han
"realizado" en aras de la patria, como lo expresara usted tan
repetidas veces en su ampulosa cínica oratoria.
Culmina toda
esta infamia con los nombramientos para representar al país en el extranjero,
recaídos en Viñas, Bautista, Molina, Lugones y otros, como premio al servilismo
con que se prestaron a oficiar de verdugos, aplicando por orden directa de
usted, medioevales torturas a los argentinos que no se avinieron a transar con
la tiranía.
Con sus
dádivas y favores, finalmente usted ha prostituido la conciencia de miles de
argentinos, principalmente militares, y ha introducido en el ambiente moral del
país un fermento de degeneración que costará mucho esfuerzo extirpar. Sólo así
se explica que al usurero Uriburu, se le obsequie una casa mientras el gran
Sarmiento murió pobre, en una humilde choza. Los tiempos, ciertamente, han
cambiado.
Deliberadamente
he retardado, hasta hoy el envío de esta carta. Antes se hubiera cubierto usted
con su posición usurpada.
No necesito
extenderme más. Con lo dicho basta para demostrarle sus delictuosas y cobardes
hazañas.
General Severo Toranzo
20 de febrero de 1932
Fuente: Extraído del libro "El Plan de 1932" del Teniente Coronel
Atilio Cattaneo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario